Yo, que no lo esperaba,
me tropiezo
de pronto con sus ojos.
Con su alegría fuerte, sin motivos,
con su voz sin pretextos,
con su ternura plácida y callada.
Yo, la agobiada
por igual por los gritos y los ecos,
la cansada de todas las palabras,
hoy bebo con deleite este silencio.
Tengo miedo
de todo el bien que me hace.
Da miedo sumergirse sin resabios
en el agua tranquila de unos ojos.
Miedo de ser tan sólo
su silencio.
Anónima presencia,
voz dormida,
solitaria y absorta
contemplación del fuego.
Verlo es aquilatar toda la hondura
que nos llama sin voz desde el abismo.
Verlo a los ojos. Contemplar su hoguera
es reaprender la inmensidad del miedo.
Tiemblo tan sólo
de imaginar la enorme quemadura
que dejarán los besos.
Vértigo de la llama:
No quiero sucumbir a la inminencia
de esta ternura cruel, inevitable.
Carmen González Huguet